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El ataque a la iglesia, el cura argentino y la hipocresía occidental

Resumen

Jesucristo en la cruz mira hacia arriba, hacia el cielo, en el perfil del WhatsApp del padre Gabriel Romanelli, el párroco argentino de la Iglesia Sagrada Familia de Gaza, la única católica del enclave, construida por un sacerdote austríaco. Se […]

El ataque a la iglesia, el cura argentino y la hipocresía occidental


Jesucristo en la cruz mira hacia arriba, hacia el cielo, en el perfil del WhatsApp del padre Gabriel Romanelli, el párroco argentino de la Iglesia Sagrada Familia de Gaza, la única católica del enclave, construida por un sacerdote austríaco. Se complementa con una escuela y con el Convento de las Hermanas. Hoy se transformó en un refugio para cientos de desplazados, sin distinción de credos. Hoy, la calle Amer Been Alaas, donde se encuentra, está en ruinas. Es el barrio Zeytun, uno de los más populares de la zona antigua de la ciudad. A 1600 metros de un Mediterráneo teñido de sangre. En el camino, a unos 600 metros, el hospital anglicano de Al-Ahli, que ya fue bombardeado en varias ocasiones.

Argentina dormía el jueves, cuando en Gaza era plena mañana. Una nueva mañana de horror en toda la Franja, en la propia Iglesia. El ruido sobrevino a la vibración de la tierra. En esa cúspide de ladrillos y piedra, a unos 30 centímetros de la cruz de cemento que permaneció enhiesta. Allí impactó el misil disparado desde un tanque israelí. La explosión esparció metralla y escombros. La ausencia de una parte del techo, la continuidad chamuscada y la losa en ruinas dan cuenta del perjuicio. Desde la entrada a la parroquia, hay que mirar hacia arriba, hacia el cielo, como Jesucristo. 

El ataque a la iglesia, el cura argentino y la hipocresía occidental

Una acción, el enésimo bombardeo de Israel sobre las ruinas de Gaza, que provocó otros tres muertos, uno de ellos el conserje de la parroquia. Y una decena de heridos, entre ellos, dos ancianas que estaban en una carpa de Cáritas. Detrás de la morbosa estadística de la guerra, la vida y quien intenta resguardarla: el padre Gabriel Romanelli, quien sufrió lastimaduras en su pierna y fue trasladado al hospital. Visiblemente turbado durante la curación, conmovedoramente activo segundos después, cuando continuó con su prédica, su ternura, su compromiso y su militancia religiosa.

Edward Antone estaba allí, en la iglesia, con su familia. A principios de año, su madre murió en sus brazos. Por la mañana de ese día habían bombardeado el refugio Madre Teresa para personas con discapacidad y ancianos. Un grupo de Médicos Sin Fronteras fue al rescate. Edward se preguntó quiénes podrían estar lastimados, cuando oyeron nuevos disparos de francotiradores. A los pocos segundos encontró a su madre y a su hermana, heridas ambas. Su madre murió de inmediato; su hermana, después. Este jueves su esposa, sus hijos, su padre y sus sobrinos estaban en la Sagrada Familia. Se refugian allí desde que la casa familiar resultó destruida por uno de los enésimos bombardeos.

El ataque a la iglesia, el cura argentino y la hipocresía occidental

Su hijo Carlos, de tres años, resultó herido. Luego, a las 10:15 local, minutos después del bombardeo, en un relato de 59 segundos Edward hizo una dramática descripción: «La Iglesia de la Sagrada Familia en Gaza fue atacada. Dos de las personas desplazadas en la iglesia murieron (sic). Somos unas 450 personas desplazadas en la iglesia. Por supuesto, también hay heridos. El hermano Gabriel Romanelli, quien es el sacerdote de la iglesia, resultó herido. Varios otros jóvenes también resultaron heridos. Sus heridas son, por supuesto, muy graves. Hay una herida muy grave hasta ahora. Actualmente estoy en el trabajo. Mi familia se puso en contacto conmigo. La iglesia fue atacada. Hay heridos y personas fallecidas. Mi hijo es uno de los heridos. Tiene tres años. Le cayó una esquirla en la pierna. Pero gracias a Dios, lo atendieron en el lugar y le extrajeron la esquirla de la pierna”.

No fue el primer ataque a la iglesia que antes del 7 de octubre del 2023 convocaba a la comunidad cristiana de Gaza, incluidos los ortodoxos y  algunos protestantes. «Eran 1017 personas en medio de 2,3 millones de personas de confesión musulmana”, como en su momento aseguró el padre Romanelli.

El 11 de diciembre de 2023 el templo fue dañado por la metralla de los ataques aéreos israelíes, que destruyó paneles solares, tanques de agua y varios techos del complejo parroquial. Solamente una semana después, un francotirador israelí ingresó a los tiros y asesinó a Nahida y a su hija Samar Anton, quienes intentaban escapar para protegerse en el Convento lindero. Otras siete personas resultaron heridas. Y el 7 de julio del 2024, la bomba israelí estaba dirigida al viceministro de Trabajo palestino, Ihab al-Ghussein. Pero falló la puntería e impactó en la escuela. Murieron cuatro palestinos. 

En ninguno de los casos hubo reclamos rimbombantes. Pero poco después de este mediodía del jueves, el Papa León XIV volvió a reclamar un «inmediato alto el fuego» en Gaza y el «diálogo».

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A su vez, las Fuerzas de Defensa de Israel justificaron el ataque con la siniestra excusa de «error de tiro» y el propio Ejército «lamentó los daños”. ¿Se puede ser más cretino? Sí, se puede: «Cada vida inocente perdida es una tragedia. Compartimos el dolor de las familias y de los fieles», comunicó el gobierno agresor.

Horas después, Donald Trump habló con el siniestro Benjamín Netanyahu. El presidente del Imperio lo llamó al premier israelí y le expresó su desacuerdo por el bombardeo. ¿Se puede ser tan hipócrita? Sí, se puede: el prosternado gobierno argentino acusó su «seria preocupación». Sin demasiado compromiso a pesar de haber afectado directamente a un cura argentino.  «

«Vivir en Medio Oriente es una aventura hermosa»

Desde que empezó esta última fase de la guerra, el 7 de octubre de 2023, el papa Francisco, cada noche, cerca de las 20 de Roma (cuando en Medio Oriente dan las 21) llamaba al sacerdote Gabriel Romanelli. Le intentaba dar fuerza anímica y se interesaba sobre el estado de salud y la alimentación de quienes se refugiaban en la iglesia. Ese día, Romanelli se  hallaba varado en Belén, y le rogó a Francisco que intercediera para poder regresar a su «casa». Recién pudo hacerlo sobre las Navidades y le manifestó su enorme emoción a su amigo Bergoglio.

El padre Gabriel nació hace 55 años en el barrio de Villa Crespo, aunque poco después su familia se trasladó a Villa Luro. Se graduó en el Instituto del Verbo Encarnado, una congregación católica, misionera, de San Rafael, Mendoza. A mediados de los ’90, emprendió su primera misión en Medio Oriente, más precisamente en Egipto, donde estudió árabe y el Islam. Pasó casi un lustro en Mádaba, en la diócesis del Patriarcado Latino de Jerusalén. Y luego de dos años en Roma, realizando una maestría en Filosofía, volvió a Medio Oriente. Estuvo más de una década en Beit Jala, Cisjordania. Desde 2019 es párroco de la Sagrada Familia de Gaza.

Padeció un tumor del que se recuperó tras sesiones de quimioterapia que concluyeron en mayo del 2021. Cuando empezó la guerra dejó los chequeos periódicos.

No suele dar entrevistas. De hecho no atendió los infinitos requerimientos desde todo el mundo que le llegaron en las últimas horas. Pero hace un tiempo, ante el Consejo Episcopal Latinoamericano, aseguró que «vivir en Medio Oriente es una hermosa aventura», aunque, claro, «difícil por momentos». Luego sentenció: «Una gracia enorme de Dios, una gracia inmerecida». También allí se refirió en forma crítica a la avanzada de Hamás que desató esta etapa de la guerra y aseguró que la gente se ilusiona muchísimo cada vez que se habla de alto el fuego, pero que luego la desesperanza cunde y que lo abruma cuando llegan y le dicen: “Basta, no damos más”.

Sale continuamente de la iglesia y se pasa horas jugando con los chicos de la escuela. También recorre las calles en ruina: la mayoría de la población busca refugio, aunque sea en algún hueco.

En diciembre ya reclamaba con fervor la llegada de más ayuda humanitaria, asistencia, agua, alimentación, remedios, gasolina. Y denunciaba que se utilizaba la hambruna como una forma de limpieza étnica en Gaza.

 

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