“Comprar ropa nueva ya no es la primera opción”
Resumen
“Empecé a vender ropa que tenía a mano, de mi familia”, cuenta Cinthia Gallego, enfermera de profesión y madre de tres. “Publico online y también me armé una especie de showroom en casa, para que la gente conocida venga a […]

“Empecé a vender ropa que tenía a mano, de mi familia”, cuenta Cinthia Gallego, enfermera de profesión y madre de tres. “Publico online y también me armé una especie de showroom en casa, para que la gente conocida venga a chusmear y a elegir”. Hoy desempleada, Cinthia encuentra en el mercado informal de compra y venta de indumentaria una salida provisoria, mientras espera que surja alguna nueva oportunidad laboral.
En otros tiempos solía ir a las ferias americanas a buscar ropa vintage. Pero el panorama actual es otro, tanto para ella como para muchas familias de clase trabajadora o de sectores medios que ya no pueden gastar en prendas nuevas, entonces optan por adquirirlas usadas a través de grupos de Facebook. O en los puestos de plazas o barrios. Ya sea con habilitación o en modalidad “manteros”, estas opciones van creciendo a la par de la crisis, tanto en el Conurbano como en la CABA, donde son populares ferias como la del Parque Lezama, la de Parque Patricios y, hasta su desalojo en mayo por parte del Gobierno de la Ciudad, la del Parque Los Andes, en Chacarita.
«Comprar ropa nueva ya no es casi la primera opción. Las marcas tienen precios muy altos. O la ropa nueva barata termina siendo de mala calidad. Por eso recurrimos mucho a la compra y venta de prendas que tienen poco uso, algo que sirve tanto para solucionar la necesidad de vestimenta como para deshacerse de cosas regaladas o compradas que no sirvieron, o ropa de niños, que a veces ni se llega a estrenar porque ya crecieron. En este contexto tan complicado económicamente, cierra de los dos lados”, cuenta Victoria, con pudor dar su nombre completo.

Ambas, Cinthia y Victoria, tienen varios puntos en común. Están en sus treintas, pudieron estudiar, tienen una profesión (Viky es costurera y trabaja como empleada de comercio) y son madres jóvenes que llevan adelante la crianza con poco o nulo apoyo.
La primera vive en Remedios de Escalada con el padre de su hija más pequeña: “Mi compañero es ferroviario, tiene un trabajo estable, pero con el alquiler de la casa un solo sueldo no alcanza. Sumado a que los papás de mis hijos más grandes no me pasan plata. Entonces, mantengo con mi pareja a los tres”. En cuanto a Victoria, vive en Montserrat con su nene de seis, a quien cuida sola, y con su madre, jubilada con la mínima e inhabilitada por un problema de salud crónico.

Trabajadoras e inquilinas
“En la Argentina, el ajuste sobre las tarifas de servicios públicos, de colegios privados, de prepagas y demás ha hecho que la matriz de gasto de las familias cambie rotundamente”, explica Luciano Galfione, presidente de Fundación ProTejer. “Por ende, si bien la ropa es un bien esencial, puede relegarse respecto de otros; es decir, no se puede relegar el alimento, pero sí se puede seguir utilizando la indumentaria que ya se tiene. Cuando no alcanza para llegar a fin de mes, nuestro sector es de los primeros que se ven afectados por efecto de demanda”.
Todo lo que vende Cinthia está por debajo de los 10 mil pesos. Quienes más le compran son mujeres del barrio, todas trabajadoras y casi todas inquilinas. Se llevan ropa de todos los días, para ellas y sus hijos. Victoria suele conseguir remeras, buzos y algún abrigo en muy buen estado en la feria del Parque Lezama. “De ropa nueva, lo último que me compré fue un jean, en una rebaja”, agrega. Ambas observan en los negocios los precios elevados y también dispares.
“La ropa se encarece en la Argentina como se encarecen todos los productos –considera Galfione–. Tiene que ver con la inflación, obviamente. Y cada vez que el tipo de cambio va por debajo de los índices de inflación los costos de producción medidos en dólares se encarecen. A eso se le suman variables macroeconómicas que no están para nada controladas aún, como la tasa de interés, entre otras”.
Sobre la variación de precios, el representante de ProTejer refiere: “La Argentina tiene un entramado productivo textil enorme, diseminado en miles de empresas que hacen todo tipo de productos: de marca, sin marca y de distintas calidades. La diferencia abismal de precio tiene que ver con el canal comercial, más allá de cuánto influye el valor agregado. Cuando se comercializa en los shopping, entran a jugar los impuestos, las comisiones de las tarjetas de crédito, de las billeteras virtuales, los alquileres. Y están los fletes para poder distribuir a lo largo y ancho de todo el país. Esos canales comerciales tienen costos mucho más altos que los de un local de barrio o mayoristas, o de otro tipo”.

Modas y crisis circulares
Otra tendencia que se afianza dentro del universo de la compra-venta de ropa usada es la de la moda circular: emprendimientos que ofrecen productos a partir de prendas de marca, con materiales reutilizados o reciclados. Algunos tienen locales a la calle, otros solamente operan online; algunos hacen más hincapié en el aspecto sostenible y ecofriendly de la propuesta, otros simplemente alientan a hacer dinero con eso que ya no se utiliza. Si bien apuntan a un target de clientes diferente al de las ferias, el fenómeno no deja de estar relacionado con la pérdida del poder adquisitivo de las clases medias; de hecho, se puede comprar en cuotas.
“Es una opción más ‘concheta’, por decirlo así”, opina Mabel Gagino, actriz y exfuncionaria de las áreas de Cultura y Derechos Humanos de Lomas de Zamora y Lanús. “Fui hace poco a un negocio de estos en la zona de Caballito, y no me pareció que todo estuviera impecable como para tener esos precios. Sí es verdad que, quizás, una piba quiere ir a bailar con un saquito de una marca conocida, y ahí lo compra a unos 30 o 40 mil pesos, menos de la mitad de lo que vale nuevo, lo mismo con las zapatillas, que ahora cuestan una fortuna”. Aunque la clase media esté golpeada, “siempre trata de emparejar para arriba”.
La actriz, que comenzó a militar en los ’70, vivió los ciclos económicos del país trajinando los barrios: “la gente junta la ropita que tiene y la va a vender como único recurso para salir del paso. Yo lo hice en 2001 cuando se cayó todo a pedazos, como está pasando ahora. La malaria ya se impuso”. Recuerda la experiencia del trueque, que hoy está en auge: “era ir con mi ropa para conseguir comida. No me importaba nada lo que había en el placard, le tenía que dar de morfar a mis hijos”.
El que puede algo y el que no puede nada
María Demateis es delegada de la comisión interna de la empresa Textilana SA, en Mar del Plata. Además de los problemas que enfrenta su gremio, señala el crecimiento de los puestos en las plazas y le remite al colapso que terminó con el gobierno de la Alianza: “Ya no cabe un lugar más en las ferias al aire libre. Es como lo que fue antes el trueque; la gente saca lo que tiene para vender y subsistir, es impresionante”.
Sobre el precio de la ropa, apunta: “Los valores no tienen nada que ver con lo que está al alcance de la mayoría de los trabajadores. En Mar del Plata, la gente suele ir al Market, que es un lugar grande que vende ropa accesible, y también a esos otros lugares que ofrecen prendas en buen estado, mucho más baratas”.
Con salarios licuados y desocupación creciente, la historia parece repetirse. Una vez más, el modelo económico que daña el poder de compra es el mismo que destruye la industria nacional. “Con la crisis, algo tenés que hacer. Hay muchos microemprendimientos en las ferias populares, y las que antes ocupaban tres cuadras, ahora ocupan cinco –suma Gagino–. Lo de la ropa usada crece. Pero nadie se va a dedicar a eso si tiene un trabajo medianamente estable. Hoy hay mucha diferencia entre el que puede todo, el que puede algo y el que no puede nada. La brecha se agrandó”.
Seis de cada diez máquinas están paradas
Como este diario viene cubriendo, la apertura de las importaciones significa un industricidio para las empresas textiles argentinas.
“Respecto a la baja en el consumo de indumentaria, cuando se mide el consumo total, no se distingue entre ropa nacional y ropa importada”, explica Luciano Galfione. “Obviamente, en el último tiempo lo que más entró al país es ropa importada. Entonces, la pequeña recuperación que se fue dando en el poder adquisitivo de los sectores asalariados respecto de la inflación, no se vio reflejado en nuestro entramado productivo, porque ese consumo se fue, fuertemente, hacia productos de origen importado”.
Las empresas, apunta el presidente de ProTejer, operan al 40% de su capacidad instalada: “Es decir que 6 de cada 10 máquinas, hoy, en la Argentina, están paradas. Esto deviene en una ralentización de la producción nacional, y por ende, el consumo de nuestros productos es bajo”. Y señala la competencia desleal que implica la quita de impuestos a los productos extranjeros: “A nuestros empresarios PyMEs industriales no sólo no se les bajó ni un solo impuesto, sino que además subieron los costos”.
A lo que significa la inflación, el tipo de cambio con el dólar planchado y la tasa de interés, Galfione suma los aumentos de tarifas en los servicios y la asimetría en los requisitos que las empresas argentinas deben cumplir, entre otros, en materia laboral y ambiental, controles que no aplican a las importaciones.
Para el Día del Padre cayeron las ventas un 30%
“Los trabajadores textiles estamos muy mal, y desde hace mucho tiempo venimos denunciando la precarización laboral”, explica María Demateis, delegada de la comisión interna de la empresa Textilana S.A. “Nuestro salario es bajísimo. Hoy un trabajador textil está cobrando entre 500 y 600 mil pesos, casi todo en negro. En la mayoría de las fábricas de Mar del Plata ponen a la gente con cuatro horas en blanco y le dibujan un recibo de sueldo”.
La delegada también informa sobre una caída “estrepitosa” de las ventas. “Textilana es una de las fábricas más importantes del país en cuanto a su producción, y tiene locales en toda la Argentina. El invierno es cuando más se vende, pero en este último Día del Padre la caída fue de un 30% en relación al año pasado”. Ese panorama, agrega Demateis, hace peligrar las fuentes de trabajo. Un dato que va en concordancia con las suspensiones y despidos que se vienen dando, por caso, en compañías textiles del Gran Buenos Aires; entre ellas, IGT 33 SA, ubicada en Ricardo Rojas, Tigre, que confecciona para la marca Rever Pass y que, a fines de junio, echó a diez empleados por “falta de trabajo”, como confirmó a Tiempo Luis Bellido, Secretario Gremial del Sindicato Obrero de la Industria del Vestido y Afines (SOIVA).
Trueque
El 1 de mayo de 1995 nació en Bernal, sur del GBA, el primer club del trueque. El pico fue en 2001, aunque volvió con fuerza en 2019, y también a partir del año pasado. Esta vez se le suma lo tecnológico. Por ejemplo, con apps como «Trueque Loco».