“La maldad tiene zonas que nadie quiere explorar”
Resumen
Hay personajes que encarnan el mal con tanta astucia que fascinan. Joaquín Furriel eligió a uno de ellos para su regreso a escena: Ricardo III, el villano más célebre de Shakespeare y protagonista absoluto de una de sus tragedias más […]
Hay personajes que encarnan el mal con tanta astucia que fascinan. Joaquín Furriel eligió a uno de ellos para su regreso a escena: Ricardo III, el villano más célebre de Shakespeare y protagonista absoluto de una de sus tragedias más filosas. Bajo la dirección de Calixto Bieito, con funciones en el Teatro General San Martín y un importante elenco, el actor se pone en la piel de ese tirano sin culpa, sin redención, pero con una inteligencia corrosiva que atraviesa los siglos. Ricardo III supera en maldad y magnetismo a Yago, Macbeth, el tío de Hamlet y Edmund entre los trágicos; a Calibán y Shylock en las comedias; y a Somerset y Margarita de Anjou en las obras históricas. La imagen establecida del personaje —jorobado, impío, asesino serial— fue una creación interesada de Shakespeare, que buscaba congraciarse con Isabel I y legitimar el ascenso de los Tudor tras la batalla de Bosworth, donde Ricardo cayó ante el futuro Enrique VII.
Con ese fin, el genial autor inglés construyó un personaje de una maldad y crueldad sin ambages, un ser impío y sin culpa, un asesino serial, un tirano sanguinario y maquiavélico. Un prototipo de la banalidad del mal que suele volver a los escenarios como correlato de ciertos personajes y ciertas épocas históricas, como espejo de situaciones políticas y sociales contemporáneas, como una de las formas de utilizar el horror del pasado para hablar del horror del presente.
—¿Cuándo y por qué surge la propuesta de hacer Ricardo III?
—Desde hace tres años quería hacer Ricardo III porque me interesaba indagar sobre el fenómeno del mal. La obra no deja de ser un thriller suicida. Un ser humano que, con tal de ser rey, mata al hermano, a los sobrinos que son unos niños, un ser humano que va por la vida sin ningún tipo de remordimiento y con una impunidad total. Y lo que subyacía detrás de todos mis intereses era la posibilidad de volver a estar dentro de una puesta dirigida por Calixto Bieito, que me cambió la forma de ser actor cuando interpreté el Segismundo de La vida es sueño. Imaginaba esta obra con Calixto, por el trabajo que él hace con el sarcasmo y la violencia. Él siempre se corre de los lugares comunes, de esa moralidad sin matices que señala que el otro es el malo porque yo soy el bueno.
—¿Cuál es la importancia política de interpretar hoy una nueva versión de Ricardo III?
—Shakespeare escribió la obra al principio del Barroco, la ambientó en la Alta Edad Media y Calixto hace su versión en 2025. Hace tres años, cuando me dijo que sí, cuando me dijo «en dos años tengo agenda», era otro mundo. No existían las discusiones que existen hoy y de la manera en que existen hoy.
—¿En qué aspectos y sentidos hacés esa afirmación?
—Hay un punto donde los tiempos cambiaron las maneras y las formas, se movió el margen y, en ese margen, los que pensamos desde otro lugar no entendemos el fenómeno. Ricardo III es tan malo, que en ningún momento de la obra se arrepiente de sus crímenes y de sus actos atroces, salvo en el final, cuando ya está casi muerto. ¿Cómo puede ser que una persona no tenga ninguna capacidad de arrepentimiento? Siempre existe una banalidad del mal, depende de la historia oficial y de la subjetividad de quien la está contando, porque nosotros estamos en esta charla asumiendo objetivamente que eso fue el mal, en eso estamos de acuerdo, pero la pregunta es qué pasa si viene alguien y dice que eso es el bien, que el mal es todo lo que rodeaba a eso. «Estuvo bien lo que hicieron». Esa es la zona que nadie quiere explorar, en la que nadie se quiere meter. Hay una zona vacía del ser humano que es peligrosa.
—Lo que mencionás es lo que ocurre con aquellos que esgrimen argumentos en defensa del terrorismo de Estado de la última dictadura, por ejemplo.
—Sí, claro, y esas voces también vuelven a resurgir. Si corrés la Constitución, o sea la Ley, corrés la religión y los textos sagrados de todas las religiones, ¿qué tipo de organización social resulta? Porque a mí el cristianismo me dice «No matarás». Y eso es porque antes se mataba. En un mundo en que estamos habitados por la incertidumbre, la moralidad está corrida, hay gente que habla de cualquier manera y dice cualquier cosa. ¿Por qué no puedo hacer cualquier cosa? A eso hay que sumarle que hay un porcentaje mínimo, creo que es un 2%, que concentra el conjunto de la riqueza a nivel global. ¿Por qué esos hombres no nos van a mostrar o hacernos creer al 98% restante que son dioses? Decirnos: «Yo soy dios. Me reviento el PBI de varios países y lo digo orgulloso». Entonces, en esa situación, Elon Musk es el nuevo Mesías. Me niego a aceptar a Elon Musk como un Mesías. Sin embargo, frente a esa realidad aplastante, pareciera que el esfuerzo del amor que hemos hecho durante tantos años queda corto, insuficiente.
—¿Por qué titularon a esta versión La verdadera historia de Ricardo III?
—En realidad, desde el título la pregunta es ¿quién dice qué es la verdad? ¿Dónde está la verdad? Calixto propone que Shakespeare escribió una fake news. Porque hace 13 años encontraron el cadáver de Ricardo III en un estacionamiento de mala muerte de un supermercado en Leicester y comprobaron que no era jorobado. Hay una organización que se llama Los Ricardianos que dicen que Shakespeare no solo mintió en que Ricardo era jorobado, sino que tampoco mandó a matar a dos niños en la Torre de Londres. En todo caso, parece curioso que siempre que aparece un tío en Shakespeare, hay que temblar (risas). Como en Hamlet, como en El rey León. Entonces, ¿por qué Shakespeare legó esa imagen de Ricardo para la historia y que a la postre resultó tan perdurable? Sencillo. Isabel era Tudor, Ricardo era York. Era más fácil agarrar una historia que había pasado hacía 100 años. Es más fácil hoy pegarle a Urquiza, a Rosas, para justificar cualquier tipo de poder actual. Gran parte de la maldad de Ricardo, él mismo la explica diciendo que tiene una deformidad tal que incluso hace que los perros le ladren al pasar, que no es semejante al resto de los seres humanos, que no es apto para amar y, lo peor, es que Ricardo no puede ser amado. Hoy queda clarísimo que no hay que ser jorobado, feo, víctima de bullying para ser malo. De hecho, en estos tiempos hay una manipulación del poder de la belleza que es muy cínica. Con la belleza, en las redes sociales y los medios de comunicación te venden formas de vida ideales. Además, pareciera que no importa usar la belleza como medio para alcanzar ciertos bienes o ideales que hacen a la sociedad capitalista.
—¿Qué ingredientes y elementos de actualidad le aportaron a la versión?
—La traducción es porteña. Mi experiencia con los clásicos, con haber trabajado con actores de la talla de (Alfredo) Alcón, es que no hay que recitar los clásicos tomando aire antes, sino hablando como si lo estuvieras contando a un amigo. En la versión de Calixto está la obra original, pero él le quita todos los textos morales y líricos y la obra queda filosa. Y en ese filo se agrega la discusión de si era o no era jorobado. Después hay todo un corpus de textos sobre la maldad. Así se propone un ejercicio lúdico, una radiografía de la maldad, un viaje al corazón de las tinieblas. Y todo en el marco de la estética a la que nos tiene acostumbrado Calixto. Además, La verdadera historia de Ricardo III tiene mucho humor, hay alusiones a vestuarios y situaciones que dan risa porque tienen su correlato con la realidad política actual argentina. Todos esos elementos hacen que la disfrute tanto el aficionado a Shakespeare como aquel que nunca fue al teatro. En Shakespeare hay un espíritu muy popular, que fue soslayado cuando fue captado por las élites culturales. Había que entrarle a Ricardo III de una manera abierta porque es muy fácil caer en el lugar común. Hoy todo se volvió un lugar común. El bueno es bueno y el malo es malo según quién está del lado del bien y del mal. Ahí está la polarización, el algoritmo que nos lleva a estar solo rodeados de gente que piensa igual que uno. Nadie puede atravesar el conflicto, hay un gran temor a hablar de lo que nos incomoda. No hay debate, no se busca consenso, puntos de partida necesarios para pensar qué país queremos. «
La verdadera historia de Ricardo III, con Joaquín Furriel
Dirección Calixto Bieito. Versión Libre: Calixto Vieito y Adrià Reixach. Con Joaquín Furriel, Luis Ziembrowski, Ingrid Pelicori, Belén Blanco, María Figueras, Marcos Montes, Luciano Suardi, Iván Moschner, Luis Herrera, Silvina Sabater. Miércoles a sábados a las 20 y domingos a las 19 en la Sala Martín Coronado del Teatro General San Martín, Corrientes 1530 (CABA).
Una foto que no cierra por ningún lado
Consultado por la situación judicial de Cristina Fernández de Kirchner y los vínculos entre política, justicia y poder económico, Joaquín Furriel se detiene a pensar antes de responder. Luego, dice: «Me parece que todo lo que está pasando da cuenta de que entramos al prólogo de un epílogo. Algunos sufrirán, otros festejarán, pero hace mucho tiempo que venimos atravesando momentos muy difíciles.»
«El Poder Judicial está tan cuestionado como el político, y la corrupción significa lo mismo para ambos -señala- Y también para el poder económico. Ese poder económico real que nunca aparece. Es increíble que se sentencie solo a políticos y no a los empresarios que coimearon y estuvieron ahí. No me cierra la foto. Pero no me cierra de ningún lado.»
«Trato de mantener una mirada crítica. Quiero ver la foto desde más lejos, sacar la pata del pozo. La cantidad de corrupción en el Estado se confirma, y la de los políticos queda en evidencia en cómo viven, en la plata que manejan», agrega.
«Después ves cómo los jueces se van a Lago Escondido, y hay algo en ese vínculo entre poder judicial y poder económico —a veces ligado al político— que es preocupante. No sé cuándo vamos a lograr transformarnos en un país seguro: política, jurídica, económica y socialmente más justo», concluye.