Richard Coleman alza la voz con su disco más filoso
Resumen
La pregunta es sobre la génesis de su último disco. En la respuesta aparece la palabra «ambicioso». Se incomoda, se da cuenta de que en relación al arte es un poco confusa: «Están tan mal usadas las palabras que uno […]
La pregunta es sobre la génesis de su último disco. En la respuesta aparece la palabra «ambicioso». Se incomoda, se da cuenta de que en relación al arte es un poco confusa: «Están tan mal usadas las palabras que uno se tiene que explicar, señalar cuál es la acepción». Y entonces sigue: “Ambición en el sentido de querer hacer algo hermoso».
El 2020 era el año en que Richard Coleman se iba a meter de lleno en la producción del sucesor de F.A.C.I.L (2017), pero la pandemia frenó sus planes: “El contexto en ese momento chupaba mucho la energía. El recuerdo es como el de estar en la sala de espera de un aeropuerto: solamente podía matar el tiempo. No sentía que podía generar algo lindo, algo válido. Lo que sí sabía era que quería hacer un disco oscuro, que mi próximo álbum lo iba a encarar con esa idea, con todas las ramificaciones y consecuencias que pudiera tener. La letra, la música, las influencias, el humor, el horror”. Tuvieron que pasar cinco años para que llegara El (in)correcto uso de la metáfora, un salto al vacío en la oscuridad –otra oscuridad– y un ejercicio muy puntilloso de eso que apareció al comienzo de la entrevista con Tiempo: el uso concienzudo de las palabras, los sonidos y los silencios para dar cuenta de una época.
En el arranque de 2024, Coleman no veía la posibilidad real de planificar, como hace habitualmente, su cronograma anual de fechas en vivo: “Enero estaba muy dark, febrero no aclaraba y ahí se me ocurrió: vamos a parar la actividad de la banda hasta mayo. Y yo voy a hacer un disco”. La sensación de estado de shock que atravesaba a la Argentina se impuso y así nació este álbum en el que el músico despliega su inquietante visión del presente, encarnada en tropos de la literatura fantástica y de terror. Pensado para el formato vinilo, construido sobre la robustez del sonido de sintetizadores y con la presencia fundante de esas guitarras tan personales, que desgarran la superficie de cada canción con la expresividad y la elocuencia de un actor que hace su entrada en una escena teatral. “Lo que sentí el año pasado fue una oscuridad diferente, que me llevó a generar el disco como un recurso emergente. El disco salió como una acción de emergencia. Emergencia en el sentido de salir para adelante con algo –enfatiza–. Porque aunque no se veía, y no se ve, mucho la luz al final del camino, salida hay”.
Se trata de un álbum atípico para Coleman. Por su estructura narrativa y también por el modo en que la coyuntura del país se cuela. Aparecen versos como “A este diablo y su violencia habrá que callar” o «Desguazaron el infierno y lo que hay alrededor / con pura maleficencia y plaga de sinrazón», declaraciones inusuales para este artista que no acostumbra andar esas derivas. “Lo que pasa es que yo no me puse político, ¡la política se puso en mí! Todas las letras de este disco se escribieron juntas, en un período muy corto de tiempo, en la misma sopa de canciones y de pensamientos y de imágenes y de palabras. Y la parte política… el contexto de comunicación y de propaganda hoy nos interviene a todos de una manera que yo nunca había vivido. Me pasó con una de las canciones, ‘Residencia’, que la escribí a partir de ciertas imágenes y escenas y en un momento la realidad empezó a cooptar esas frases y palabras, y se adueñó. ¡Me la robó! Me robó mi intimidad, con la que estaba jugando y, sin cambiar nada de lo que había escrito, el sentido había virado. ‘El diablo está en la lengua’. ¡Pero la puta madre! Me sentí intervenido de una manera que dije ‘Bueno, es así. Esto está en todos lados y está acá’”.
Al mismo tiempo que la realidad nacional se iba incrustando en sus letras, él mismo comenzó a ponerle el cuerpo a la resistencia: “Fueron pasando las semanas, los meses, y empecé a plegarme a las marchas, a las protestas, las manifestaciones en el buen sentido. Las de desacuerdo, de tratar de decir ‘esto así no es’. Volvía sintiendo que había hecho algo, que había aportado, siendo parte de esa inmensidad de personas que estábamos ahí expresándonos y haciendo ruido juntos. Que nos vimos y generamos una energía comunitaria y real que, sino, no estaba. Entonces, de alguna manera, eso empezó a pregnar en lo que estaba escribiendo”. Y la metáfora fue dando forma al disco: “Sin adjetivar, sin hacerlo tan engolado, fui bastante más al punto. Con una apertura, una ambivalencia, pero que se entienda bien primero cuáles son las palabras y las frases. Y que después cada uno arme su propio uso de ellas. Porque no es una bajada de línea, simplemente es algo nuevo para mí. Que tiene que ver con el momento en que fueron compuestas. Y un año después, en el momento en el que salen, el concepto no sólo es válido y vigente, sino que las cosas que escribí tienen mucha más fuerza”.
La política que mete la cola. Como el diablo. Un tema que viene apareciendo en la obra de varios artistas, de manera más poética o literal en algunos casos, pero está ahí, como un discurso ya no latente, sino real. Que se inmiscuye irremediablemente. La voz y su llegada a un público más o menos masivo es una herramienta que Richard Coleman considera que debe ser utilizada para amplificar esas preocupaciones: “Nunca me había pasado, honestamente, que me preguntaran directamente por el compromiso de mis letras. Y sí: es una responsabilidad. Si vos lo percibís, lo notás, es porque está. No es que estás entendiendo mal. Hay una… (piensa) iba a decir ‘ira’, pero justamente eso es lo que no quiero que haya. Hay una reacción que de alguna manera la tergiverso, la uso a mi favor. Hago una toma como de judo y uso la misma fuerza para que salga otra cosa mejor. A ver si puedo transformar toda esta presión, esta indignación, en algo bello y hacer una canción que te haga bien cantarla. Que te haga sentir este momento, pero que dentro de diez años quizás pueda deslinkearse de esto que está pasando y cobrar otros sentidos”.
Producido junto a Juan Blas Caballero, El (in)correcto uso de la metáfora cuenta con la participación del ex Roxy Music Phil Manzanera en guitarras, de Flopa Lestani y Lidia Borda en voces y la firma de Ale Sergi como coautor en “Fiebre”, un funk lóbrego y sudoroso que invita a bailar la desesperación. Un disco que funciona como un mapa de referencias y sonidos que evocan el pasado y sin embargo es rabiosamente actual.
Coleman encontró el camino para sonar ochentoso y aún así escaparle a la nostalgia: “Es que la nostalgia es una de mis grandes batallas –explica–. Yo hace años que la veo venir. Y bueno. Capitalismo dixit: el negocio de la nostalgia es inmenso y avasallador. Se aprovecha de la gente de nuestra generación porque nos dan por hechos, como si en realidad nosotros no necesitáramos escuchar nada nuevo, porque si escuchamos algo nuevo es la música de los pendejos que requiere forzarse a entender un lenguaje y una identidad que no nos corresponde. Pero ¿por qué no puede haber algo nuevo que nos resulte natural de escuchar, que tenga que ver con la sonoridad, con un espacio emocional de audio que uno construye?”.
La respuesta a esa pregunta es este álbum, con el que se propuso traer canciones nuevas para una generación que no se da por vencida: “Este disco es el fruto de toda mi trayectoria artística, porque sin ese recorrido, no se hubiera podido hacer. Está todo, los sonidos, los estilos, todo lo que he navegado durante estos cuarenta años. Esto yo se lo dedico a la gente que tiene un sonido que lo lleva a un lugar lindo, pero no tiene palabras y canciones nuevas a las que recurrir. Para que puedan dejar de tener que mirar siempre a la nostalgia y la música de antes porque en ese momento se sintieron bien. Porque eso es forzado: es industrial, es marketing. Y a mí el marketing de la nostalgia me indigna”. «
Richard Coleman en vivo
Presenta El (in)correcto uso de la metáfora el 27 de septiembre a las 21 en Niceto Club, Niceto Vega 5510 (CABA).
Nostalgias genuinas, calculadas y feas
Sintetizadores espaciales, baterías programadas, guitarras con chorus, trémolo o delay, sonidos que alguna vez fueron el futuro y hoy aparecen cubiertos por una pátina sepia. La transformación del futuro en pasado es inevitable. El paso del tiempo opera cada vez más velozmente sobre los estilos: de vanguardia a retro en sólo unos años. “Nada es como antes”, repite Richard en el que fuera el primer corte, un track que condensa en cuatro minutos y medio ese espíritu del disco que parece gritar “yo estuve ayer y estoy ahora acá”.
Últimamente, hay una tendencia de los artistas más jóvenes a citar los ’80 en su música. Una década con un sonido muy definido que, en la Argentina, tuvo al ex Fricción y Los 7 Delfines como fundador e instigador.
¿Cómo vive ese revival? “La sensación de déjà vu me encanta. Esa cosa de ‘ay esto lo escuché’, pero no dar con la referencia concreta. A mí me empezó a pasar eso en los últimos diez años con varias bandas post punk inglesas, eso agradable de encontrar el sonido, la estructura familiar, pero en música nueva. Y eso me da plenitud, alegría, lo disfruto hoy. En vez de escuchar de nuevo Pornography, escucho Fontaines D.C. o The Horrors y los transito y paso por un montón de influencias que encuentro en estos discos de esta generación, que parecen las mismas que tuve yo, pero dudo que sean las mismas, sino más bien la influencia de mi generación sobre la de ellos. Entonces aparece una cosa que está buenísima y es re válida. Creo que eso fue un estímulo para mí, ver si podía armar algo de eso desde mi lugar sencillo. Y ver con qué me encontraba”.
El problema que señala Coleman es que el estilo del presente es cada vez más efímero: “Cada vez dura menos el revival. Imaginate: ¡esto suena re 2020! (risas) Hay revisiones y revisiones. Yo no me creo más genuino por haber estado ahí y estar haciendo esto hoy. Mi revisión de los ’80 no es más genuina porque yo sí estuve, lo mío es otra cosa. Lo que yo hago hoy es porque estuve en los ’80, los ’90, los 2000 y 2010. Es consecuencia de toda esa historia. Lo que me embola por ahí un poco es la superficialidad del asunto. Frivolizar todo. Una influencia es algo profundo. Y un revival no necesariamente es profundo. Es como agarrar la cáscara y usarla”, reflexiona. Y agrega que no está bueno todo lo de los ’80: “Siempre hubo música de mierda. Siempre hubo música plástica. Siempre hubo música comercial y siempre hubo cosas oscuras en algún u otro nivel. Siempre hubo músicas más difíciles de escuchar que otras y diferentes tribus e identidades. A veces siento que hay mucha confusión. Cuando escucho artistas que copian la parte de los ’80 que a mí me parece la más gastada o la más frívola y que piensan que con eso le están haciendo un bien al presente, agarrando algo que ya en su momento era feo… ¡Si lo usás ahora va a seguir siendo feo! No por viejo va a ser lindo hoy”.